Al salir de casa no pude evitar lanzar una mirada nostálgica hacia atrás. Allí quedaban mis recuerdos: mi infancia, mis dientes de leche, mis llantos, mis risas y mis ilusiones.
Sin embargo, adelante me aguardaba el futuro. Oscuro y amenazante desde la puerta, sí, pero más allá se podía ver brillante, y un atisbo de luz. Al parecer, yo era el único que llegaba a atisbar la luz, pero no me importaba, pues el viaje era mío, y nadie me iba a acompañar. Era hora de empezar a construir nuevos recuerdos y dejar ir todo lo demás.
Más allá se encontraba aquello para lo que llevaba preparándome toda la vida, y nadie me iba a retener, nada me lo iba a arrebatar.
Quizás allí no fuera feliz, pero dejaría de ser esclavo, dejaría de sentirme mal y avergonzado, dejaría de dejar que decidieran por mi.
Y allí, por fin, lucharía yo por mi mismo y me conocerían por mis hazañas y por mi nombre.
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Nota: Este cuento es un minicuento sin contexto. No es parte de nada. Según lo escribía pensaba que el protagonista podía ser o un adolescente que había sido mordido por un licántropo y sus padres lo habían protegido de que los vecinos (temerosos de los lobos) lo mataran, o que podía ser un joven sobreprotegido por su familia que se dirigía a trabajar o a cualquier cosa a una tierra lejana. O, simplemente, el protagonista puede ser el lector. Pues nosotros también tenemos derecho a ser héroes.
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